"Sarantontón, Sarantontón, abre tus alitas y vete con Dios".
Es lo que cantaba siempre mi madre cuando encontrábamos una mariquita, y todavía hoy cuando las veo me traen recuerdos de infancia...
Añoranzas agazapadas, casi ocultas a la mirada, rodeadas de las enrevesadas ramas de la vida adulta, pero siguen ahí: en el corazón de las cosas pequeñas y frágiles para darles profundidad y un nuevo sentido.

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