EL ABANICO
Nadie parecía percatarse del suave balanceo sobre sus cabezas.La prisa corría por los angostos pasillos más rápido que los mensajeros del miedo, más que el pudor adolescente, más aún que la rabia de los inútiles.
Pero para él la prisa no tenía sentido.
Movía su gigantesco pai-pai absorto en las miradas perdidas y las sonrisas falsas de los carteles publicitarios y abanicaba con desgana el ritmo frenético de las personas grises que cada día le circundaban.